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Instantánea 85 - Homenaje a Analía Gadé

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Analía Gadé

 
En este capítulo tan solo quiero hablaros de cuando conocí a María Esther Gorostiza, bellísima mujer y ser humano admirable. Aunque tal vez debo empezar diciendo que su nombre artístico es Analía Gadé.

Analía Gadé
 
Nacida en Córdoba, Argentina, en octubre del año 1931 ganó, siendo una adolescente, un concurso de belleza. En mi opinión, podía haber ganado todos los certámenes a los que se presentara. Poseída por el espíritu de la farándula, años más tarde contrajo matrimonio con un conocido actor de aquel país, Juan Carlos Torry, y juntos formaron una exitosa compañía de teatro. Por fortuna para nosotros los españoles, el matrimonio no duró mucho y Analía, huyendo de malos recuerdos personales, decidió venirse a una “madre patria” que la recibió con los brazos abiertos, colocándola desde el principio en el lugar privilegiado que se merecía gracias a su belleza, su simpatía y su buen hacer. Aquí se unió sentimentalmente a otro actor reconocido y admirado, entonces y hasta la hora de su muerte acaecida en noviembre del 2007, Fernando Fernán Gómez. Tampoco esa pareja duró mucho. Yo creo que aquella mujer era demasiado importante para que un hombre pudiera evitar convertirse, a su lado, tan solo en el “marido de…” Y ya se sabe lo mal que los señores aceptan esa condición. Sería agotador intentar enumerar su filmografía ni sus trabajos teatrales. Además, ese no es mi propósito. Lo que deseo es hablaros de aquel Asesinato entre amigosy de mi inmejorable relación con la famosa y hermosísima Analía Gadé.

Ella era la protagonista de la obra y yo la antagonista. El galán era un Ramiro Oliveros del que no tengo mucho que contar. Tanto porque su trato fue siempre distanciado como porque al mes de estrenar dejó la compañía. Algo nada lamentable,  pues entró a sustituirle un ser encantador, famoso por haber hecho para la  televisión una serie sobre la novela El conde de Montecristo, de Alejandro Dumas. Tal fue la aceptación popular del programa que el pobre se queja, aún hoy,  de que le hayan colgado para siempre el apodo de “el conde”. Se trata de José Martín, un caballero, un hombre culto donde los haya, una “rara avis” en el ambiente teatral.

Pepe Lara, un apuesto y joven actor malagueño, ex compañero en mi debut teatral en Madrid el año 1970 con El Escaloncito, (ver Instantánea 66), y amigo íntimo desde que yo donara sangre para una operación que hubieron de practicarle a corazón abierto, formaba parte del elenco, junto con el prestigioso genérico Alberto Fernández.

También en el reparto  estaba Paco Marsó, al que trataba desde la época del restaurante-espectáculo La Fontana donde habíamos compartido escenario y divertidas tertulias en la mesa de Alonso Millán, autor de los sainetes que componían Bailando se entiende la gente,y conversador empedernido. (Ver Instantánea 74). Lo he dejado el último porque, tanto ahora como en el futuro, su nombre aparecerá de forma intermitente en mi blog. Todo un personaje, Paquito. Para comenzar diré que aquel soltero y mujeriego empedernido que yo había conocido tiempo atrás, en el  momento en que compartíamos escena en Asesinato… era ya un hombre casado nada más y nada menos que con la gran Concha Velasco.
 
Concha Velasco y Paco Marsó
en Las Arrecogidas....
 
Según Paco contaba se habían conocido en  el año 77 durante los ensayos y posterior puesta en escena de Las arrecogidas del Beaterío de Santa María la Egipciana, de José Martín Descalzo, resultando ambos de inmediato víctimas de un flechazo de Cupido. Concha por aquellos días estaba soltera y embarazada y guardaba,  aun guarda, la identidad del padre de su hijo en absoluto secreto. Un secreto que, como es normal, no lo es para algunas personas. Pero cómo ni por asomo deseo levantar públicamente un velo tendido con tanto ahínco, ella sabrá por qué, su nombre no será revelado por mí. La cuestión es que a la pareja le vino de perillas el mencionado flechazo; Concha consiguió un cariñoso padre para su hijo y Paco un prestigio que se convertiría en fortuna cuando, poco más adelante, fuese  el eficacísimo mánager de la estrella.  

Pero regreso a las representaciones de Asesinato entre amigos.

 
Analía, Marsó y yo en
Asesinato entre amigos
Aquella obra, destinada en apariencia a ser el gran éxito teatral de 1979, por uno de esos insondables misterios teatrales, no lo fue. El texto era divertido, el final impactante, la dirección de Catena irreprochable, el decorado suntuoso, los actores estaban brillantes en sus papeles, pero de alguna manera el producto, a pesar de las estupendas críticas,  no interesó al público. En cuanto a Analía, no podía estar más hermosa y acertada en su interpretación. Desde los ensayos supe que nuestra relación sería inmejorable.
 
Una estrella como era, se ofreció para asesorarme en el vestuario y para enseñarme truquitos de maquillaje que nadie como ella, y Sara Montiel, dominaban en este país. Durante  las representaciones intentaba  en todo lo posible permanecer desapercibida mientras yo tenía mis escenas, es decir, no atraer  la atención del público, algo que ni remotamente los divos, y los que creen serlo, están dispuestos a hacer.

Era tal su dominio de la escena que, siendo yo testigo,  dejó esta anécdota para los anales del teatro.


De izquierda a derecha Analía, Alberto Fernández, yo, Ramiro Oliveros y Pepe Lara
 
Sucedió casi al final de la obra, en un momento en que su personaje debía disparar contra el mío. Es sabido que el sonido de los disparos se simula haciendo chocar dos tablas en medio de las cuales se ha colocado un detonador y que el regidor, entre cajas, es el encargado de sincronizar el sonido con la acción del actor. Pues bien, la noche del estreno, en la escena en que mientras yo la apuntaba con mi pistola ella alzaba la suya diciendo “y por eso, te mato” ningún sonido acompañó a su movimiento de apretar el gatillo. La situación no podía ser más tensa e inoportuna. Aquel era el momento crucial de la trama. Su primera reacción fue repetir la frase y el movimiento, pensando que el regidor había tenido un despiste, pero el resultado fue el mismo: el silencio. Entonces, en un arranque de espontaneidad y sin perder su personaje dijo, “pum, pum, y por eso TE MATÉ”. En ese momento yo me desplomé, según estaba marcado,  al tiempo que intentaba contener la risa, y del público, que por supuesto se había dado cuenta del problema, subió una clamorosa ola de bravos y aplausos. Así reacciona ante un imprevisto una verdadera actriz. Y así se lo agradece su público. Más tarde supimos que el detonador se había humedecido impidiendo su funcionamiento.


Analía, yo y Marsó
 
Asesinato entre amigos tan solo tuvo una duración en cartel de tres meses, y eso gracias a que nuestra fe en la función nos hizo aceptar la propuesta de bajarnos nosotros mismos los sueldos que, al empezar el tercer mes, nos hizo el productor, Julio Kaufmann. ¡Nos lo pasábamos tan bien interpretando aquellos divertidos personajes y existía tan buena relación entre nosotros! Pero lo único que conseguimos fue alargar un poco la agonía. A finales de abril la compañía se disolvía con infinita tristeza general y con la confirmación de que al público no había quién lo entendiera. RIP Asesinato entre amigos.

Muchos años más tarde, en 1999, Analía sufriría un infarto cerebral que, aunque no le dejó secuelas físicas, sí mermó algo sus facultades. Aún así, aquel mismo año, volvió a la escena interpretando, en el teatro Albéniz, Las mujeres sabias, de Moliere. Cuando la visité en su camerino se arrojó a mis brazos llorando al tiempo que me confesaba las dificultades que había tenido para volver a memorizar el texto de esa obra que ya había protagonizado, unos años atrás, en el teatro Nuevo Apolo. También me contó que llevaba tiempo trabajando pertinazmente con una logopeda pues temía que su vocalización hubiese perdido fluidez. No era así. Su belleza y su dicción seguían siendo perfectas pero el público nunca podría adivinar el trabajo que aquello le costaba. He aquí un ejemplo de lo que un espíritu fuerte y una férrea devoción pueden conseguir.


Escena de Las mujeres sabias. Año 1984
De izquierda a derecha Alfonso del Real, Analía Gadé. Amparo Baró y Laly Soldevilla
Foto Jesús Alcántara
 
Pasado el gran susto que acompañó su regreso a la escena, Analía continuó algún tiempo haciendo funciones, siendo una de las últimas El dulce pájaro de la juventud, de Tennesse Williams. Con tanta profundidad había horadado su alma el gusanillo del teatro que consideraba que la vida, fuera de las tablas, era algo sin sentido. Por desgracia sufrió un nuevo accidente vascular y, aunque esta vez se trató tan solo de un micro infarto, sin duda eso hizo brotar en ella las dudas e inseguridades que noquearon  a ese gusanillo teatral que, mientras  te corroe,  te va inoculando la voluntad de una entrega, a veces, rayana  en la exageración.

Analía, yo y el periodista Jesús María Amilibia, otra gran persona y amigo. 

Hace ya años que Analía Gadé se vio  forzada a retirarse de las tablas. A pesar de esto la afición sigue manifestándose en su continua asistencia a los estrenos, y su bondadoso carácter en sus posteriores visitas y felicitaciones a los actores en sus camerinos. Esa mujer es un ejemplo de que la belleza interior y la exterior pueden convivir en el mismo ser.

En el próximo capítulo os contaré, entre otras cosas, como unos meses después de terminar Asesinatoentre amigos sufriría en mis carnes, durante meses, el malévolo invento de Los Festivales de España.

 
Foto Jesús Alcántara

 
Próximo capítulo. Los Festivales de España.

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