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Foto Jesús Alcántara |
¡Qué gran regalo me hicieron Gustavo Pérez Puig, director, y Salvador Collado, productor, al ofrecerme el papel de La Chuchupe en la obra de Vargas Llosa, Pantaleón y las visitadoras!
En esos años de “carestía laboral” había comprobado que tan solo me sentía realmente viva cuando podía sumergirme en la ardua labor de memorizar, a base de horas y concentración, unos textos que de entrada siempre resultaban tan ajenos. O durante los ensayos, ese campo de batalla donde se desarrollaban mis luchas a brazo partido con el personaje, mis intentos por meterme en la piel de una desconocida hasta conseguir que no hubiera secreto alguno entre nosotras, que nos transformásemos en las más íntimas amigas imaginables. Pero lo mejor llegaba cuando, lograda una simbiosis que algunas veces se resistía, podía mostrar ante el público los problemas, las virtudes y defectos de aquella mujer que, tan solo días atrás, me había parecido un misterio impenetrable. Aquello era un gran triunfo. (Como ya he dicho en algún momento de mis Instantáneas, ningún placer me es comparable al de abandonar mi cuerpo y mi mente durante unas horas y convertirme hoy en una santa, mañana en un ama de casa y pasado en una cabaretera. Sin duda ese es un privilegio que tan solo los actores tenemos y, para mí, el mayor atractivo de esta profesión).
Aquel montaje me proporcionó, aparte de estos placeres, la ocasión de conocer y tratar a un ser humano excepcional: Mario Vargas Llosa.
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La Chuchupe (Yolanda Farr) con el chino Porfirio (Alberto Magallares) en Pantaleón y las visitadoras |
Este insigne escritor, poseedor del Premio de Literatura Príncipe de Asturias desde 1986, con su obra traducida a casi todos los idiomas del mundo, admirado por el público y la crítica, había querido, no solo asistir al estreno mundial de su novela llevada al teatro, sino presenciar algunos de los ensayos. Y así fue. Pero esta situación, que conociendo la actitud de otros autores en ocasiones similares podía haberse convertido en un agobio, resultó todo lo contrario. Su presencia siempre era portadora de parabienes, estímulos y sobre todo de esa radiante sonrisa con que iluminaba nuestros inseguros corazones y hasta el salón de ensayos.
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Casi toda la compañía el día de la primera lectura. De pie, marcado con una flecha, Mario Vargas LLosa |
El día de la primera lectura había solicitado conocer a todos los miembros de la compañía y desde entonces cada uno de nosotros recibió, en algún momento, su atención personal. Recuerdo con toda claridad las primeras palabras que me dirigió: “Yolanda, tu físico no concuerda con la visión que tengo de La Chuchupe, esa mujer destruida por la vida, amargada. En la versión cinematográfica que codirigí en Perú el año 1975, por cierto, protagonizada por un gran actor español, José Sacristán, escogí para interpretarlo a la mejicana Katty Jurado, bastante mayor que tú y con obvias diferencias físicas. Pero me dicen que eres una gran actriz, así que espero que me sorprendas agradablemente con tu visión de ese personaje tan especial”.
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Katty Jurado |
Aquello, que podía haber resultado descorazonador, se convirtió para mí en un reto, haciendo que pusiera todo mi empeño en crear una madame completamente distinta a la que la gran Katty Jurado había hecho en el cine.
Para evitar esas comparaciones de las que nunca se salía bien parado, según mi versión Chuchupe, la dueña del burdel donde transcurría gran parte de la acción, sería una mujer vapuleada por la vida pero en absoluto destruida. Por el contrario estaría rodeada por el aura de la sensual languidez del trópico y se movería siempre acompañada por el melancólico fantasma de glorias pasadas. No sería una amargada déspota sino una tierna protectora de “sus niñas”. Era una apuesta arriesgada para la que necesitaba la anuencia de los directores, Pérez Puig y su esposa Mara Recatero. Por fortuna, al trasmitirles mi plan y estudiar con ellos sus posibilidades, estuvieron de acuerdo en realizar el intento. Era estimulante comprobar cómo, al ir pasando los días, los directores me instaban a seguir por ese camino, pero mucho más lo era ver el rostro, siempre amable pero inicialmente escéptico de Vargas Llosa, iluminarse ante la identidad que iba tomando nuestra Chuchupe.
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La Chuchupe, Porfirio, Pantaleón (Fernando Guillén) y algunas de las "visitadoras" |
En realidad no fue un trabajo demasiado complicado. Sin por supuesto cambiar ni una palabra de lo escrito, por medio de la intención que ponía en mis parlamentos y mi expresión corporal, brotó un personaje que, habitando el cuerpo con que había sido concebido, poseía ahora un alma lastimada pero tierna. Poco a poco fue tomando forma una mujer distinta pero no insospechada, un ser que había estado siempre ahí, a la espera de ser descubierto y sacado a la luz.
La compañía estaba compuesta por la enorme cantidad de 20 personas, prácticamente todos primeros actores. Aunque el gran protagonista era “Pantaleón”, es decir Fernando Guillén, yo, “Chuchupe”, María Jesús Sirvent, “Pochita”, Encarna Abad, “Leonor”, Alberto Magallares, “el chino Porfirio”, María Abradelo, “Olga la brasileña”, José Caride, “el general Scavino”, Ricardo Lucia, “el general Collazos”, y Jordi Soler, “el teniente Bacacorzo” éramos lo que en el mundo del espectáculo se cataloga como “secundarios de lujo”. Siendo tan amplio el reparto espero que me excuséis por no enumerarlo al completo, pero os aseguro que todos, en especial las prostitutas de mi burdel, bautizadas por Pantaleón como “las visitadoras”, hacían un estupendo trabajo en sus respectivos papeles.
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Magallares, yo y Guillén en el burdel de la Chuchupe |
Los ensayos generales en el teatro Centro Cultural de la Villa no pudieron ser más conflictivos. El decorado se componía de tres grandes carras que, desde la oscuridad del fondo del escenario, debían avanzar hacia el proscenio y la luz, según la acción transcurriese en un lugar u otro de la trama. Pero, como casi siempre, la técnica y los decoradores parecían trabajar en contra de los actores. Las ruedas de hierro que movían las pesadas carras, al deslizarse sobre los rieles producían un chirrido insoportable, tanto para el público como para los que debíamos actuar sobre ellas. Los técnicos nos dijeron que esos artilugios, una vez en el escenario, habían sido satisfactoriamente probados pero, asombraros, ¡sin el peso extra de los decorados y de los actores! Total; la única solución que se pudo dar al asunto fue dejar las tres plataformas en posición de proscenio e intentar conseguir los cambios de ubicación a base de oscuros y luces. Es decir que mientras en una transcurría la acción las otras dos se mantenían en muy relativa penumbra. Aquello, aparte de la pérdida económica que significó para la empresa, nos dejó a todos con la moral al nivel de nuestros zapatos y deslució la función tan notablemente que el estreno de la divertida y aguda obra de Vargas Llosa se convirtió en un fracaso. Aun así el espectáculo se mantuvo en cartel durante un tiempo y el prestigio de su autor nos permitió hacer cada función con suficiente público como para no superarles en número.
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De izquierda a derecha. De pie Carmen Platero, María Barroso, Lola del Páramo, Maribel Martínez y yo. María Abradelo en las piernas de Fernando Guillén y en el suelo Gabriela Roy y África Prát |
Y ¿cuál fue la reacción del prestigioso autor ante la debacle?
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Mario Vargas Llosa Foto Jesús Alcántara |
Como veréis, poco duraron en este caso mis días de plenitud. Casi sin tiempo para una completa recuperación, me vi nuevamente presa de esos grilletes que, por amor a mi madre, yo misma me había colocado. Otra vez mi vida transcurría entre mimarla, lavarla, ayudarla a levantarse o acostarse, peinar sus cabellos, masajear con crema esos retorcidos y dolientes dedos que tanta hermosa ropa había cosido para mí tiempo atrás. Inmersa en aquellos menesteres y gracias a esas cada vez más escasas y fugaces escapadas de las que hablo en mi capítulo anterior, y también a la estrecha relación que establecí con el televisor, lograba sobrevivir.
Si algo bueno saqué de mis largas horas frente a ese aparato que aquí llamamos “la caja tonta” fue tener una amplia información de lo que pasaba en el mundo.
Y estos son algunos de los sucesos, acontecidos entre 1993 y 1996, que más me impactaron.
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Así quedó el aparcamiento del World Trade Center |
En febrero del 93, el World Trade Center y las Torres Gemelas de N.Y. sufrían un atentado con camión bomba que causaba la muerte de seis personas y una gran inquietud en la ciudad.
Y en septiembre, con Bill Clinton de presidente, israelíes y palestinos firmaban, en la Casa Blanca, un tratado de paz tras casi 100 años de conflictos.
En el mes de abril de 1994 comenzaba, en la región africana de Los Grandes Lagos, uno de los más feroces genocidios de la historia al asesinar los extremistas de la etnia Hutu, en el lapsus de 3 meses, a casi un millón de ruandeses tutsis.
En diciembre del mismo año, sin declaración de guerra previa, tropas rusas invadían Chechenia con dos columnas de tanques, iniciando una cruenta guerra que duraría hasta julio de 1996.
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Durante el mes de marzo del 95, el estado de Mississipi acató la XIII enmienda constitucional, 130 años después de su promulgación. Solo entonces quedó abolida la esclavitud en todos los Estados Unidos de Norteamérica.
En marzo y en Japón, la secta religiosa Aum Shinrikyo reivindicaba un atentado con gas sarín que provocó un saldo de 13 víctimas mortales, 500 gravemente heridas y más de mil con problemas de visión crónicos. Esta incalificable acción había tenido lugar en el metro de Tokio en hora punta.
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José María Aznar |
Y en Marzo de 1996 el centro-derecha español llegaba de nuevo al poder. El PP, Partido Popular, había ganado las elecciones por muy estrecho margen y nuestro presidente era José María Aznar. La izquierda, que durante años ocupara el poder, se consoló con ser el primer partido de la oposición. Mientras, la mayoría de los españolitos de a pie nos dedicamos a rogar que, estuviese quien estuviese en la presidencia, en España se consolidaran los valores de la democracia.
Fotos de Pantaleón y las visitadoras, Jesús Alcántara.
Necrológica.
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Shirley Temple |
La niña prodigio de Hollywood que conquistó al mundo durante toda la década de los 30, esa muñeca de rizos dorados que, teniendo solo cuatro años, comenzó a robarnos el corazón con sus bailes, sus canciones y su espontaneidad, ha muerto a los 85 en su mansión de Woodside, California. Contando con notables éxitos infantiles, incluyendo un Oscar a la mejor actuación infantil, al llegar a la adolescencia, el público la fue marginando. De nada le sirvió su participación posterior en grandes películas como El solterón y la menor, (The Bachelor and the Booby-Soxer), con Gary Grant, o Fort Apache, dirigida por John Ford. Tras abandonar el cine en 1949 Shirley Temple se dedicó a lo que proclamaba como su verdadera vocación: la política. Llegó a ocupar importantes cargos diplomáticos, siendo incluso embajadora y delegada de Estados Unidos ante Las Naciones Unidas en 1969.
Otro gran mito de Hollywood que desaparece. ¡Qué cruel es el paso del tiempo!Próximo capítulo: La rosa y Concha Velasco.