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Recreación fotográfica de Jesús Alcántara. |
Mientras aguardaba esas doce campanadas que anunciarían el final de 1986, sentados en una mesa que habían preparado ¡en la cocina! para los bailarines, para mi madre, para Jesús y para mí, mientras observaba los jóvenes rostros de mis chicos ensombrecidos por el cercano e inminente momento de las despedidas, el inicial desconcierto que me había producido la noticia del cierre de Lola Music-Hall se iba convirtiendo en rabia.
Tanto esfuerzo creativo, tanto amor puesto en el proyecto, tantos meses de estrés a duras penas superado mientras las obras de habilitación del local se dilataban, tanto clamoroso éxito de público se irían al traste por motivos nada claros. A pesar de que el libro de reservas estaba lleno hasta dos meses en adelante, a mediados de enero, fecha en que vencía nuestro contrato, Carmen Guasp y el resto de los socios anónimos, nos pondrían de patitas en la calle con nuestras destrozadas esperanzas como único equipaje.
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Isi Fuster con Manuel Hurtado y Joaquín Arjona en el cuadro de Drácula. La música era el Adagio de Albinoni |
Mi introductora en el proyecto y entusiasta ayudante, María Gracia Mateu, se había despedido unos días atrás, después de sostener una enorme discusión con la Guasp. Autoproclamada portavoz oficial de la sociedad y dictadora, esa mujer prohibió, con el pretexto de que eso molestaría a los comensales, la realización de videos y fotos durante el espectáculo, perjudicando con esto su promoción y provocando el disgusto de algunos bienintencionados periodistas. Decía que SU local no precisaba de ese tipo de publicidad, que era muy capaz de abastecerse con los propios socios, sus muchos amigos y el “boca a boca” entre la gente de la alta sociedad, que Lola en realidad debía ser una especie de club privée pues SU cocina, es decir la sofisticada nouvelle cousine de El Amparo, no podía ser apreciada por el populacho. Creo que parte de esa actitud respondía al hecho de que muchos de los que llamaban pidiendo reserva preguntaran si era posible asistir tan solo al show y prescindir de la comida. Eso exacerbaba su soberbia. La cuestión es que mi amiga María Gracia decidió que no podía seguir luchando contra tanto absurdo.
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Mari Carmen García, Tente Barrachina e Isi Fuester en el número Two Ladies, de la película Cabaret |
Así que intenté mitigar, disimular mi rabia haciendo un somero resumen mental de lo que aquel año 86 había significado para mí.
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El gran casino de Knokke |
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Guido en una clase con Isabel Presley |
En mi deseo de poner en orden mi musculatura, decidí buscar un profesor de baile que se ajustase a mis necesidades de aquel momento. Nada de esas aburridas y estúpidas “reuniones” para actores que ofrecían algunos coreógrafos, pero tampoco una férrea disciplina de ballet que ya estaba fuera de mis posibilidades. Y un día mi amiga, la actriz Rosa Valenti, me habló de un profesor cubano que daba clases de varios niveles en una academia ubicada en la calle Amor de Dios, es decir en el centro de Madrid y muy cerca de Príncipe. Aquel era el núcleo de casi todos los teatros de la ciudad, el lugar donde Jesús tenía su estudio fotográfico y donde, tanto por ocio como por trabajo, transcurría la mayor parte de mi tiempo. Su nombre era Guido González del Valle.
No exagero al decir que a partir de nuestra primera experiencia conjunta la conexión fue extraordinaria. Mi tanteo inicial fue inscribirme en sus clases de amateur. Y mi reacción fue de sorpresa al encontrar allí, desde compañeros actores y actrices, hasta gente de la alta sociedad disfrutando del ameno sistema que el profesor solía aplicar en sus clases de principiantes.
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Guido en una de sus clases de principiantes. En la barra distingo a mis compañeras artistas Rosa Valenti y Raquel Rios |
Pero al terminar esa primera sesión, viendo mis condiciones, Guido me dijo que aquello no era para mí y me aconsejó pasar a las de profesionales. Así lo hice y qué tremendo acierto fue. Esa hora y media de la más perfecta escuela de danza contemporánea que Guido impartía se convirtió en una gozaba de la cual salía dando saltitos, sin duda de felicidad, pero principalmente causados por unas agujetas que convertían mi caminar en el de Frankenstein, pero que, en contraposición, me llenaban de embriagadora adrenalina y de euforia. Guido es sin duda el mejor profesor que he tenido. No solo me indicaba lo que no debía hacer, sino que además me explicaba el porqué. ¡Vive la différence! Poco tiempo bastó para que nuestra relación maestro-alumna se convirtiera en una amistad. Con su amplia cultura nuestras charlas versaban, aparte de sobre el inevitable tema de nuestra experiencia como exiliados, sobre mil otros asuntos, tanto mundanos como literarios.
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Aquel hombre que pasó por una auténtica odisea antes de tomar la traumática decisión de abandonar Cuba, conservaba un sentido del humor de la más cultivada clase y una actitud tan positiva ante el presente que todo en él irradiaba energía y optimismo. Habiendo sido alumno aventajado de Ramiro Guerra en la técnica Graham, me confesaba que, cuando lograba eludir la dictadura de su maestro, picando el cebo que el también estupendo profesor Fernando Alonso le mostraba, acudía a unas clases del Ballet de Cuba en las cuales escaseaba el elemento masculino. Finalmente un día optó por cambiar de estilo y permanecer en la escuela clásica. Pero, al parecer, aquello no duró mucho. Su espíritu crítico y fuerte personalidad le fueron convirtiendo en elemento “non grato” para la diva, Alicia Alonso, y todos los que hemos estado bajo su inflexible control sabemos lo que eso significa. Le hizo la vida imposible.
Así que en el año 63 se separó del Ballet y fundó el prestigioso Grupo de Danza Contemporánea, pero tan solo para volver a chocar contra la pared de la incomprensión. Y esta vez el choque fue aún peor ya que en el 68 su grupo fue desmantelado por la UMAP, la gran devoradora, esos aberrantes campos de concentración que la tiranía castrista creara con el fin de absorber el alma, y muchas veces la vida, de cualquier cubano que, por un motivo u otro, "desagradase " al régimen. (Para información más amplia sobre lo que fue la UMAP leer Instantánea 38.)
La cuestión es que, desilusionado y presionado al límite, logró abandonar la isla en una fuga digna de una película de acción y afincarse en esta España que le recibió sin objeciones. Curiosamente, a pesar de haber estado en los mismos ambientes, en Cuba nunca coincidimos en el sitio y en el tiempo. Así que fue aquí, en España, donde tuve la oportunidad de conocer al maestro y disfrutar con la mistad de ese hombre tan especial.
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Con Guido y Manuel en el 2001 |
Un día, en una de sus visitas a casa, se presentó acompañado por un agraciado muchacho de nombre Manuel al que definió como su “querido compañero”. Aquello me llenó de satisfacción pues, a pesar de que el sexo no era uno de nuestros temas acostumbrados, conocía a la perfección lo mal que llevaba Guido la soledad. Realmente formaban una pareja encantadora; la experiencia y la mesura equilibrando a la juventud y el ímpetu… El saberlo feliz me hizo aceptar con cariño a ese nuevo personaje que entraba en mi vida: Manuel Navarrete. Lo que yo no sospechaba era que ese simpático hombre me iba a desvelar el intrigante misterio que había rodeado las noches de despedida de mis más recientes trabajos teatrales, el origen de los conmovedores regalos que anónimamente alguien había dejado para mí en los teatros María Guerrero y La Comedia en años anteriores
Y , por timidez, no fue en su primera visita. Aquel admirador secreto que me hacía llegar unos primorosos álbumes llenos de recortes periodísticos sobre mi trabajo era él. Ese muchacho encantador y amante de las artes que había llegado al corazón de Guido y a mi casa gracias a su dulzura y sensibilidad. ¡Curiosos caminos tiene la vida, que se trenzan y se destrenzan a su libre albedrio!
Manuel, nacido en abril del 52 en Lugo, Galicia, tras haber formado parte activa, durante su adolescencia, bailando folclore en la Sección de Coros y Danzas, trabajaba ya en las Universidades Populares y su rostro limpio y jovial era fiel reflejo de su alma.
(Adelantándome al momento en que trascurre este capítulo os contaré que, en el año 2005, Guido y Manuel contrajeron matrimonio, siendo la suya una de las primeras bodas entre homosexuales que tuvieron lugar en Madrid. Eso sí, celebrada con la total discreción que correspondía a dos auténticos caballeros. Pero lamento que esta bonita historia de amor tenga un luctuoso final: un día, inesperadamente, Manuel se encontró cara a cara con un cruel adversario al que le fue imposible vencer: el cáncer. En 2011, siendo aún joven y entusiasta, tras una lucha larga y valerosa, Manuel Navarrate moría derrotado por ese implacable asesino. A él, y a mi querido y atribulado Guido, va dedicada esta parte de mi narración.)
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La Puerta del Sol un 31 de diciembre |
Y regresando al punto de partida, es decir al 31 de diciembre de 1986, en la cocina del Music-Hall Lola donde habían colocado irreverentemente una mesa para mis bailarines, para mi madre, para Jesús y para mí, viendo los atribulados rostros de mis chicos, oyendo los gritos y risas de la clientela en el salón y rodeada de la música que había regido mi reciente trayectoria, me dispuse a escuchar aquellas 12 campanadas que anunciarían la llegada del año 87. Menos de un mes nos quedaba para disfrutar de aquel espectáculo que tan contrapuestas experiencias nos había aportado y tan solo nosotros, los que habíamos pasado por ellas, sabíamos cuanto nos dolía esa injusta defenestración.
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El interior del reloj de la Puerta del Sol |
Fue necesaria la primera campanada, el primer tañido brotando del reloj de la Puerta del Sol de Madrid, ese que anunciaba a España entera el nacimiento de un nuevo año, para que yo saliera de mi ensimismamiento. Los inevitables brindis y besos que siguieron tenían algo de mecánicos y un rescoldo de dolor mientras en mi cerebro palpitaba esta inquietante pregunta: ¿qué nos depararía al mundo y a mí ese 1987?
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Recreación fotográfica de Jesús Alcántara |