Quantcast
Channel: Yolanda Farr
Viewing all articles
Browse latest Browse all 128

Instantánea 65 - …y ahora , algunas “verduras”. (Segunda parte).

$
0
0

 

Fotografia JesusAlcantara
Yolanda Farr. Foto Jesús Alcántara
 
 
Gustavo
 
Gustavo era un mocetón hermoso y con una vitalidad desbordante, muy cubana,  que se había unido al grupo de los “adictos” de forma absoluta y desinteresada. Un día apareció por la “comuna” y a ella se adhirió vehementemente. Estudiaba en la Academia de Bellas Artes San Fernando de Madrid y su devoción por la pintura influyó bastante en algo que sucedió después y que ya narraré. Era poseedor de una particular mezcla de sexualidad y candidez que lo hacía encantador. Un viernes llegó a casa, lleno de entusiasmo, diciendo que había encontrado a alguien maravilloso, y que ambos habían decidido pasar el fin de semana de camping y luna de miel. Estaba de tal manera exultante que se podían oler las feromonas que exhalaba. Sin embargo, el domingo nos sorprendió su aparición... Su rostro entristecido y su actitud apagada nos hizo pensar lo peor. Algo terrible tenía que haberle pasado durante su aventura campestre. Naturalmente tan solo tardó unos minutos en relatarnos lo ocurrido. “Muchachos, estoy muy preocupado. Ya sabéis con qué entusiasmo inicié esa aventura. Pues bien, el resultado fue nefasto. ¡La primera noche solo me fue posible completar la faena siete veces seguidas! Eso está muy por debajo de mi marca, así que, deprimido y avergonzado, volvimos a Madrid esta mañana. Sin duda, algo muy malo me está ocurriendo.” Y no bromeaba. Estaba realmente acongojado. Por supuesto todos rompimos a reír con desaforo.

El domingo continuó entre traguitos y consuelos. En un momento determinado nos dijo que necesitaba ir al baño a “cambiarle el agua a los pajaritos” y a su vuelta se me ocurrió decirle algo que, de forma divertida, lo marcó para el resto del tiempo que duró nuestra relación: “Gustavo, espero que hayas tenido cuidado al sacudírtela pues, como habrás advertido, nos tienes el  techo  del baño absolutamente desconchado”.  A partir de ese jocoso momento , todo lo relativo a la potencia y dimensiones de su pene fue para los miembros de la comuna, naturalmente él incluido, motivo de chanza y exageración. Y quedo apodado, desde entonces,  como "rompe techos".
 
Salmerón
 
Mi amigo Salmerón, veterinario, formaba parte de los asistentes a nuestros “saraos nocturnos” y, por su bonita voz y su afición a cantar, sin duda era la persona a quien más se oía durante la  descarga de canciones que servía de apoteosis a nuestras reuniones.
José María Salmerón y yo

A pesar de que debía estar a las 6 de la mañana en la compañía de recogida de basuras donde   trabajaba hasta que pudiese revalidar su título de veterinaria, era siempre el último en abandonar la casa. Una noche en la que aquella gran copa de cristal, de la que hablo en mi capítulo anterior, había sido rellenada y vaciada de brandy varias veces, Salme se puso bastante “malito”. Sin notarlo se había pasado con el alcohol y a las 3 de la mañana nos dimos cuenta de que muy difícilmente iba a poder integrarse a su trabajo si no dormía aunque fuese un par de horas. Así que decidimos ponerle en un taxi tras colocar en sus calzoncillos una bolsa de plástico transparente llena de cubitos de hielo. Un rato más tarde, cuando el apartamento dormía el “sueño de los justos”, me despertó el estrépito del timbre del teléfono. Salté de la cama como empujada por los demonios,  con el eterno temor a que ese aparato me comunicara malas noticias de mis seres queridos  en Cuba. Entonces oí una voz casi irreconocible por la angustia que me decía; “Yolanda, he ido a orinar  ¡y se me está cayendo el pellejo de los testículos!” Tardé unos segundos en reaccionar. De pronto se hizo la luz en mi abotagado cerebro. “Tranquilo, amor, no es que se te caiga el pellejo, es la bolsa de plástico que Carlitos y yo te pusimos antes de irte. Estaba llena de hielo que ya debe haberse derretido, ¿no lo recuerdas?” Esto fue motivo de risas compartidas durante muchísimo tiempo.



Escarpanter


(Cuento esta anécdota a consciencia de que a algunas personas les puede resultar irrespetuosa. Conociendo, como conocí a este maravilloso individuo, que en paz descanse,  estoy segura de que, tal y como hicimos muchas veces, reiría con nosotros  ante su ingenuidad de aquellos días.)

Con José Escarpanter
Pepe Escarpanter era un hombre culto y encantador.  De una seriedad jovial, convirtió en su deber cuidar del resto de la comuna. Era nuestro Pepito Grillo. Había sido profesor en Cuba y tuvo la suerte, aparte de sus méritos, de lograr serlo también en España. Enseñaba Literatura Hispanoamericana y Teatro Español Contemporáneo en la Universidad Complutense de Madrid. Por supuesto, salvo en ocasiones, como la noche de la visita de José Bergamín o de la de Gloria Fuertes, él no asistía a nuestras reuniones nocturnas. Pero sí estaba siempre preparado, a la mañana siguiente, con su cafecito o su Alkaseltzer para ayudar a los damnificados y para disfrutar con los relatos de la noche anterior. Aunque era un buen hombre, un hombre serio, también era humano y con muy legítimos apetitos sexuales.

Una mañana nos extrañó no escuchar su grito de “¡muchachos, el cafecito!”.  La puerta de su habitación estaba cerrada y no se abrió por mucho que tocamos en ella. Finalmente decidimos que, para nuestra sorpresa, se había quedado a dormir fuera y cada uno fue encaminándose a su respectivo empleo. Tan solo yo, que en esos momentos estaba entre bolo y bolo con Cecilio Valcárcel, permanecí en la casa.

Un tiempo después oí abrirse la puerta de Escarpanter y acudí para saber que le sucedía. Entonces observé que, con el rostro descompuesto,  caminaba con dificultad hacia  la cocina. “¿Qué te pasa, Pepe, cariño?”,  “Nada, Yola, no te preocupes”, fue su contestación. Como no iba a quedarme con una respuesta tan obviamente falsa insistí hasta lograr que me contara la verdad. Y la verdad era que, la noche anterior, había sucumbido a la tentación de tener un desliz. Su acompañante, persona algo  viciosilla, sin duda, le había instado a ponerse en el pene una capa de la pomada  Vick Vaporub, con la pretensión de que aquello le mantendría la erección durante más tiempo. No sé si eso tenía alguna base científica pero el caso es que mi amigo se había despertado por la mañana con una tremenda y dolorosa inflamación en el prepucio. También en este caso recurrí a la socorrida bolsa de hielo y, afortunadamente, en un par de horas su problema estaba solucionado. “¡La primera vez que  me "desmadro" y mira lo que me pasa! Es cierto que en el pecado está la penitencia",  comentaba más herido en el alma que en el cuerpo. Como era de esperar, al volver el resto de los habitantes de la comuna, Pepe les contó lo sucedido y entre todos convertimos lo que pudo haber tenido muy malas consecuencias, en un motivo de risas y jolgorio. Así de íntima y sincera era nuestra relación.
 
Hervás
Carlitos Álvarez, otro "comunero", yo y, a mi izquierda,
Pepe Hervás

El actor José Hervás había sido, durante los seis meses de mi gira teatral con la Segunda Campaña Nacional de Teatro  (ver Instantánea 61), uno de mis mejores amigos y, desde la vuelta a Madrid, era persona asidua a nuestras reuniones nocturnas en Fuente del Berro.  Su juvenil sexualidad, algo altamente tabú en aquellos años de férreo control católico, lo hacía proclive a grandes e instantáneos enamoramientos y su poca “cultura alcohólica” lo convertía en víctima fácil de sus efectos. Por otro lado una joven y agraciada cubanita había comenzado, hacía poco,  a frecuentar nuestras “reuniones comunales”. Su larga melena negra, esa dulce forma de hablar tan cubana que arrebata los corazones de los extranjeros y su bonito cuerpo cautivaron, desde el principio, a mi querido compañero.

Ella era una de las adopciones de Carlos Rodríguez. (Ver Instantánea 60).  Recién llegada de Cuba, la había encontrado vagando por las tascas de Arcos de Cuchilleros, sola y asustada, y sin siquiera conocerla, la trajo a casa. Eso no era nada sorprendente ya que mi Carlos siempre ha tenido un corazón que no le cabe en el pecho. Hubo un tiempo en el que le dio por ir al aeropuerto de Barajas para apoyar en todo lo que le era posible a los exiliados cubanos que descendían, aterrados y en la más absoluta miseria, de los aviones de Cubana de Aviación.


Hasta tal punto llegaba su empatía que una noche en  la que Jesús tenía pase pernocta en la mili, de vuelta mi amor y yo del cine a la una de la mañana, hubimos de atravesar el largo pasillo del apartamento pasando sobre cuerpos de desconocidos, algunos vencidos por el sueño, otros acurrucados y temblorosos, hasta poder llegar a nuestra habitación. Ese día la comuna fue “parada y fonda” para al menos una veintena de cubanos.


El problema había sido que en Cuba les adelantaron, sin previo aviso,  un día la salida,  con esa total falta de respeto al individuo que siempre ha caracterizado al gobierno castrista y, ante la imposibilidad de comunicarse con el exterior, los viajeros  no consiguieron notificar el cambio a sus parientes o amigos aquí en España. Ni siquiera los grupos de apoyo, como el creado por El Centro Cubano, del cual ya he hablado en un capítulo anterior, (ver Instantanea 41) supieron de la prematura llegada.  Es decir que los pobres se veían abocados a quedarse en el aeropuerto incomunicados hasta la noche siguiente. Naturalmente nadie traía dinero para hacer ni una llamada telefónica. Así que todos ellos, liderados por Carlos, tomaron el autobús gratuito del aeropuerto y se encaminaron a nuestra comuna de Fuente del Berro. Aquella noche, de las camas y de los armarios de nosotros, los fijos,  volaron sábanas y mantas con las que pretendíamos aliviar el frio y la incomodidad de esos pobres seres que se arrebujaban por el suelo de toda la casa. Pero esta es otra historia.

Volvamos a Hervás y a la bonita cubana que lo tenía encandilado. Una noche, al ir yo a la cocina para preparar un piscolabis para los presentes, escuché un diálogo en el hall de entrada a la casa. Como las voces sonaban algo alteradas decidí acercarme a la puerta que comunicaba ambos espacios y averiguar qué sucedía. “Vamos, vente conmigo a mi casa”, decía una voz gangosa por los efectos etílicos. “Que no Pepe, que no”, le contestaba una dulce voz de mujer. “No me puedes hacer eso, cubanita”, sonó de nuevo la voz masculina. “Oye, muchacho, ya está bien. ¡Que no!”. Como  el tono femenino iba ganando en intensidad decidí intervenir y entré al hall justo a tiempo para ver a mi amigo depositar desmañadamente sobre la cómoda contra la que la chica estaba acorralada, un número incontable de preservativos por los que debía haber pagado un dineral, ya que solo se encontraban en el mercado negro. Las farmacias tenían terminantemente prohibido venderlos. “Mira lo bien preparado que vengo”, alegó exitado Hervás. La escena parecía sacada de uno de esos procaces sainetes que caracterizaban al famoso Teatro Shangai de Cuba, como recordareis, propiedad de mi señora abuela. (Ver Instantáneas 18 y 19)Supongo que harta de presiones, con voz ya desesperada, la muchachita contestó; “¡Que no es eso, socio, que lo que pasa es que soy lesbiana!” a cuya afirmación respondió mi amigo de la forma más surrealista que se pueda uno imaginar; “no importa, bonita, yo no soy racista”. Gracias a la tensión que en esos momentos se respiraba pude contener una carcajada. Fingí no haber visto ni oído nada y me las arreglé para romper ese desagradable momento trayéndome a ambos al salón con el pretexto de que estábamos extrañándoles.

Al día siguiente, cuando comenté a Hervás el suceso del que había sido protagonista, me juró, avergonzado,  no recordarlo en absoluto. Y es posible pues a veces el alcohol ingerido se evapora en la cabeza formando una impenetrable nube de olvido. Seguramente  lo que le sucedió a mi querido y siempre educado compañero fue un ataque irrefrenable de efervescencias juveniles.
 
El musical Hair
Hair


Nuestro Gustavo, "rompe techos”, se nos apareció una noche con un personaje muy peculiar. Un joven de larga melena rubia ceniza, alto, delgado  y con un rostro angelical que daba gusto mirar. Se lo había encontrado en una de sus rondas por el “Madrid la nuit”. Al intentar entablar conversación con él descubrió que tan solo hablaba inglés pero, aún así, en su chapurreado idioma de Shakespeare, logró entender que el rubio era artista y que estaba en España más solo que la una. ¿A dónde llevarlo entonces? Pues a la “comuna”, donde estaba seguro que sería bien recibido y, al menos conmigo, gracias a mi dominio de esa lengua, podría conversar y recibir la básica información que necesitaba para desenvolverse por la ciudad. Pero realmente la información la recibimos nosotros. No era aquella una noche demasiado concurrida ni bendecida por personajes importantes así que, siguiendo el clásico sistema de sentarnos en el suelo formando una rueda y pasándonos la imprescindible copa de brandy me lancé a la ardua labor de la  traducción simultánea. Entonces supe, y traduje, que era de Nueva York, que había sido hippie y que en la actualidad trabajaba en un musical llamado Hair. Por supuesto aquello a nosotros nos sonaba muy lejano. La censura, de nuevo la “maldita”, había evitado que en España se conocieran demasiados detalles sobre el movimiento hippie, al cual tachaban de sumamente pecaminoso, y tan solo los artistas habíamos oído hablar de aquella obra, Hair, inspirada en el “hipismo”, y siempre como algo prohibido y demoniaco. 


 A pesar de que se había estrenado, con éxito apoteósico, en Broadway en el año 67, y de llevar todo ese tiempo con carteles de no hay billetes,  la mayoría  los españolitos de a pie que poblaban el país ese  1970, no tenían ni idea de su existencia. Así que aquella noche recibimos generosa información sobre esos temas. Básicamente se trataba de una hermosa música, unos jóvenes artistas sin inhibiciones  y todo girando alrededor del pacifismo y del repudio a la guerra de Viet Nam. Ya llevábamos una hora de reunión cuando aquel muchachito me dijo de pronto que  se sentía muy cohibido con tanta ropa encima, que siendo hippie había descubierto la libertad física y psíquica que le proporcionaba el desnudo integral y que si no nos importaba le gustaría pasar  el resto de aquella encantadora velada así, DESNUDO. Hecha la traducción y tras el consentimiento del resto del grupo la noche terminó con una curiosa imagen: un grupo de jóvenes normalmente vestidos entre los que destacaba, con luz propia, un blanco y puro ángel desnudo. Y esto llevado por todos con la mayor naturalidad del mundo. Una nueva experiencia.

A la hora que el muchacho consideró prudencial, nos pidió permiso para vestirse en otra habitación. Decía que hacerlo en público le avergonzaba,  qué curioso. Después se colocó su chaquetón de flecos, se puso su sombrero y se despidió de nosotros lleno de agradecimiento y llevándose algunas direcciones de bares exóticos, pues de todo había en ese Madrid indomable. Nunca más volvimos a verle.

Bien, ya conocéis algunos “pecadillos” de aquella panda de entrañables compañeros y amigos a la que me había reintegrado tras las agotadoras, pero instructivas, idas y venidas con la compañía de Cecilio Valcárcel y su Sereno debajo dela cama. (Ver Instantánea anterior)

Durante todo ese tiempo mi información sobre los acontecimientos políticos o artísticos se había prácticamente circunscrito a lo que Pepe Hervás, devorador diario del periódico matutino, me comentaba. Por ejemplo, la sentencia contra Mariano Ventura, de 18 años, y autor del primer secuestro aéreo en España, el cual había ocurrido en enero de ese 1970.

Pablo Picasso
En febrero, Chile había firmado un acuerdo comercial con Cuba, a pesar de la oposición de la OEA, de lo que aún de hablaba controvertidamente. Hervás, Cesáreo y yo sosteníamos frecuentes discusiones al respecto.

En marzo, el genial pintor malagueño Pablo Picasso, a pesar de  sus reconocidas ideas antifascistas, había donado a la ciudad de Barcelona 900 obras suyas, las cuales estaban comenzando a llegar para alborozo del régimen.

En abril, Paul McCartney anunció la disolución definitiva del grupo “Los Beatles”, causando la desesperación de sus infinitos fans.

En agosto, en la isla de Wight, Gran Bretaña, se había celebrado un apoteósico festival de pop al que acudieron más de 250.000 espectadores. Eran los últimos coletazos de ese movimiento hippie que había contagiado prácticamente al mundo entero.

En  septiembre, mientras trabajábamos en Valladolid, supimos que Salvador Allende había obtenido, por escaso margen, la victoria en Chile. ¿Qué pasaría ahora en ese contradictorio país?


En cuanto a mi profesión, grandes figuras acaparaban la atención del público y nuevos valores se abrían camino. Camilo Sesto (en esos momentos aún Camilo Sexto, con x) iniciaba su carrera en solitario con un “sencillo” que contenía dos canciones exitosas; Llegará el verano y Sin dirección, abandonando el grupo Los Botines al que había pertenecido.

Alberto Cortez, ese admirable cantante argentino pero casi constante residente en España, incluía en el LP Cómplices, una de sus más bellas y versionadas canciones; Distancia.

Nino Bravo, con su voz prodigiosa, colocaba en el mercado un autentico hit; Te quiero, te quiero.
 
Nino Bravo, Alberto Cortez y Camilo Sesto

Julio Iglesias había participado en el festival de Eurovisión en el mes de marzo, consiguiendo para España un muy digno cuarto puesto con  la canción, Gwendoline, la que se escuchaba continuamente y en todos los medios de difusión, llevando al joven y poco experimentado cantante a la fama.
 
 
En el cine, que continuaba con  su tónica general de mediocridad, Alfredo Landa, gracias a la película de Ramón Fernández  No desearás al vecino del 5º, film con el que comenzaba la temible época del destape, batía record de taquilla provocando  el encasillamiento en papeles cómicos y vacuos de un gran actor.  Pero, como una rosa brotando en medio de un erial, Buñuel rodaba Tristana, con Catherine Deneuve, Fernando Rey y Franco Nero, hermoso producto basado en la novela de Benito Pérez Galdós.
 
 
Y en noviembre de ese 1970,  al fin, ofrecían a Yolanda Farr  la oportunidad de debutar en Madrid con un buen papel y un reparto de primera. Sí señor, aquel mismo año el teatro Maravillas iba a ser el escenario de su “puesta de largo” madrileña.




Fotografia Jesus Alcantara
Yolanda Farr. Foto Jesús Alcántara.




Necrológica.


Carmen Montejo
Dos grandes actrices han muerto en estos luctuosos días. En Méjico, donde residía desde el año 42, Carmen Montejo falleció el día 25 del presente mes, a los 87 años,  esa hermosa mujer nacida en Pinar del Río, Cuba, pero nacionalizada mejicana. Fue notable su participación en la época de oro del cine de ese país, así como en teatro y televisión.

 
 
María Asquerino
 
Y en Madrid, dos días más tarde, el 27, España se despedía de una de sus más grandes figuras teatrales; María Asquerino.  Aunque fuese considerable también su trabajo en televisión, el teatro, al que amaba entrañablemente, fue su fuerte durante toda su vida. Hace poco menos de un año, la última vez que nos vimos, ya estaba muy deteriorada y segura de su muerte cercana. En estos momentos mi corazón está lacerado por la pérdida de esa gran actriz y compañera española de pura cepa. En el día de hoy, viernes 28, su cuerpo estará expuesto hasta la noche en el Teatro Español de Madrid. Sin duda toda la profesión está con ella en estos momentos, de una manera u otra.






Próximo Capítulo- Madrid me ama, yo amo a Madrid

Viewing all articles
Browse latest Browse all 128

Latest Images

Trending Articles