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Channel: Yolanda Farr
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Instantánea 52 - Hasta los genios pueden equivocarse.

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Valle Inclán
Aquella noche, al llegar a la Residencia, ni siquiera pude sentarme a cenar. La “separata” de la obra que me habían entregado, la cual resultó pertenecer a  la piezaÁguila de Blasón, del insigne escritor gallego Ramón María del Valle Inclán, me quemaba en las manos y la voz estruendosa del autor, naturalmente solo escuchada por mí, me asaeteaba los oídos reclamando mi entera atención.

El lugar bullía con el alegre cacareo de aquellas jóvenes gallinitas, recién regresadas, tras las fiestas navideñas,  de sus países de origen e impregnadas aún del amor familiar. Como todas me eran, (y recíprocamente) desconocidas, opté por encerrarme en aquella habitación de lectura donde el Diario Ya había sido mi compañero, amigo e informador durante los primeros y solitarios días pasados en España. Y allí permanecí durante casi toda la madrugada, sumergida en el estudio de esa dramática escena que, a la tarde siguiente, sin duda sería el pasaporte de entrada a mi futuro teatral.

Y la mañana llegó. Y llegó la tarde. Con el cuerpo agotado por la falta de sueño pero con la mente diáfana y los textos memorizados en su totalidad, me presenté  en el teatro Bellas Artes. De nuevo el ayudante de Tamayo, Antonio Díaz Merat,  me recibió y me rogó que esperara en el hall a que llegara mi turno para la audición. Puesto que en los teatros de Madrid tan solo se encendían la calefacción y las luces generales a la hora de la función, aquel lugar estaba helado y en penumbras. Las voces que me llegaban del escenario, atravesando puertas y cortinas, me sonaban estentóreas y falsas. “Así no es”, pensaba, “no es ese el espíritu de la Pichona,  no es lo que Valle quiso contar de esa pobre prostituta”. Pensé que sin duda Tamayo, al oír mi versión, apreciaría mi profundo estudio del personaje, pensé.  La cosa  estaba “chupada”.
 
Jamás olvidaré lo que siguió. Nunca se borrará de mi mente  aquel desconcertante y crucial momento. El escenario estaba iluminado con brillantez pero en una soledad apabullante. Deslumbrada por las luces intenté  penetrar ojos ansiosos el pozo de espesa sombra que era el patio de butacas. Inútilmente. Después de unos segundos de absoluto silencio,  una extraña voz con una dicción difícil de entender, rompió las tinieblas dirigiéndome estas palabras: “¿Está lista, señorita? Los pies se le darán desde aquí abajo. Abra su “separata” y lea.”  De nuevo ese corazón, al que tanto esfuerzo estaba exigiendo últimamente, comenzó a galopar a marchas forzadas dentro de mi pecho.

Patio de butacas del Teatro Bellas Artes.
 En este caso iluminado

Aquellas eran las condiciones menos adecuadas para hacer la primera audición de mi vida, sola sobre un inhóspito escenario y con la voz sin rostro de mi antagonista  brotando desde la helada oscuridad. Pero esa era la situación y debía seguir adelante. Por mi cabeza pasaron, en un instante, los recuerdos de tantas experiencias teatrales que tenía a mis espaldas, las siempre buenas críticas que se me habían dedicado allá en Cuba, mis dos premios a la mejor actriz del año… Con la garganta seca por la emoción y tras contestar “estoy lista, señor”, sin necesidad de abrir el texto ya memorizado, comenzó una de las más desconcertantes experiencias de mi vida artística. Al finalizar la escena, con la expectación seguramente irradiando de todo mi ser, de pie en aquel escenario frío y solitario, escuché nuevamente la tan particular voz que iba a leer mi sentencia: “Muy buena memoria y excelente pinta, señorita, pero tiene usted demasiado acento argentino. Gracias y que pase la siguiente”. No puedo describir el huracán que azotó  mi alma en esos momentos ni como aquellas palabras  afectaron la endeble autoestima que, por aquellos días, tenía. ¡Y para colmo aquel genio del teatro tachaba mi acento de argentino!  Curiosamente, menos de dos años después, en La Coruña, F.J. Alcántara, crítico del periódico El ideal gallego, a propósito de mi actuación en la misma obra  de Valle y dirigida en este caso por Adolfo Marsillach, Águila de Blasón, escribiría;  “Yolanda Farr  en su aparición en el papel de la Pichona, dio la impresión de suma naturalidad en la incorporación de su personaje. Sobre todo es de señalar su acierto al añadir a su trabajo el dulce acento gallego.”
En primer plano, de izquierda a derecha Luis Prendes, Terele Pávez,  Marisa de Leza,
el alcalde Paz Sueiro, Yolanda Farr, y Julia Tejela


La cuestión es que  al salir aquella tarde del teatro Bellas Artes, hecha un guiñapo humano, me sentía incapaz de volver a la Residencia con la carga de mi fracaso, así que decidí llegarme a casa de los Ortega, en busca del consuelo y comprensión de personas amables y conocidas.

Doña Rosa y su hija me recibieron con la calidez de siempre. Enriqueta me regaló un par de zapatos prácticamente nuevos. Aunque no me parecieron en absoluto bonitos comprendí que me vendrían de perlas para las frías temperaturas de Madrid. Eran unos zapatos negros de buena piel,  tacón medio y grueso  y abrochados con cordones cubriendo todo el empeine. Realmente eran idénticos a los que ella llevaba siempre, hecho  que me había sorprendido en una chica joven y bien parecida.
 
 
Revista para la mujer Telva
Después de un rato de conversación, ante mi evidente desánimo, Enriqueta me dijo, “no te preocupes, Yolanda, tengo una amiga en la redacción de la revista Telva que sin duda te conseguirá trabajo en su “staff”.
 
 
Y nuevamente tuve que rechazar la oferta.  Y nuevamente observé que ese hecho era recibido con incomprensión y desagrado. No lo podían entender. Con toda la buena fe que sin duda las guiaba, no podían asimilar que la vida, fuera del mundo del espectáculo, no poseía sentido alguno para mí. Además, tan solo llevaba días, largos y dolorosos días, pero al fin y al cabo únicamente días en España. Mi camino en la búsqueda de trabajo acababa de comenzar y la seguridad de que mi profesión y yo aún teníamos por delante un fructífero intercambio de experiencias, me hacían rechazar cualquier otra posibilidad.

Entonces se me ocurrió que, si mi acento era un obstáculo a vencer, cosa que sin duda lograría pues no era más que emprender a la inversa el ejercicio al que me había sometido en Cuba antes de mi debut  teatral, es decir del ceceo al seseo y ahora vuelta al ceceo, siempre tenía  mi gran experiencia en el musical así que decidí que mi próximo intento sería con la revista.

En ese campo era famoso en Madrid el Teatro de la Latina, dirigido por Colsada. Durante años allí se venían representando revistas de larga duración en cartel y estupenda aceptación del público. Ese sería mi próximo paso y así se lo comuniqué a mis interlocutoras. Solo algún tiempo más tarde comprendí el porqué de la lividez que cubrió los rostros de esas buenas mujeres al conocer mis planes.

De vuelta a la Residencia reinicie mi enclaustramiento en el salón de lecturas y mi íntima relación con el Diario Ya. Tras encontrar allí  el teléfono de La latina,  me dispuse a llamar pidiendo una cita con su director, Colsada. Desgraciadamente, me dijeron que dicho señor estaba fuera y que no regresaría hasta finalizar las fiestas navideñas, es decir, hasta después del 6 de enero, aquella fecha entrañable que yo había completamente olvidado: Los Reyes Magos.

Cabalgata de Los Reyes Magos,  con la Puerta de Alcalá al fondo

Para mi disgusto eso provocaría que mis planes se postergasen y me obligaba a adormecer mi premura. Pero ¿qué iba a hacer durante ese tiempo? Seguramente la velada del día 5 la pasaría nuevamente en casa de los Ortega, sin duda mi primo Oscar mantendría el silencio y alejamiento que estaba caracterizando nuestra no-relación. Tal vez volviera a ver a mi “primo putativo”  Juanjo, y, tal  como me  prometiera la noche de mi serenata, me acompañara a la guitarra algunas de aquellas canciones típicas españolas que la “tuna” solía cantar y que yo aún recordaba de mi infancia (ni pensar en que se conociese esos hermosos boleros cubanos que llegaban al alma, y mucho menos los más recientes, los del “filin”, tan apasionantes y ricos en armonías).  Poco más podía esperar de aquella resucitada Noche de Reyes que con tanta ilusión había celebrado Cuba entera durante la época pre-castrista. En cualquier caso, ¿en qué ocuparía mis horas hasta entonces?
Celia Gámez, María de los Ángeles Santana, las hermanas Ethel y Gogó Rojo y Addy Ventura
Como siempre, mi querida colección de periódicos me sacó de la inactividad. Rebuscando en antiguas ediciones encontré valiosa información sobre las vedettes que triunfaban, o lo habían hecho,  en España y me llevé una grata sorpresa. Entre ellas había muchas extranjeras. Comenzando por la venerada Celia Gámez, argentina, mi admirada amiga María de los Ángeles Santana, cubana, Gogó y Ethel Rojo, dos hermanas también argentinas y, triunfando en esos momentos,  Addy Ventura, puertorriqueña, Anne Marie Rosier, francesa o Queta Claver, Vicky Lussón, y Carmen de Lirio, en este caso, españolas.
Queta Claver, Vicky Lussón y Carmen de Lirio
Resultaba obvio que en ese campo no podrían rechazarme por mi acento. Segura de mi amplia experiencia en cabaret y musicales en la isla, la esperanza que, como bien dicen “es lo último que se pierde”, comenzó a trazarme un futuro exitoso como vedette de revista.  Al fin me pensé ubicada en mi, hasta el momento, huraña Patria.

 
PD. Queridos, un amigo gentil donde los haya, Tony Pisani, me ha enviado un link con un antiguo reportaje sobre el rodaje de la película muda cubana que he mencionado en anteriores capítulos, “El veneno de un beso”. Deseo compartir con vosotros mi sorpresa: A parte de mi tía Mercedes Mariño, ¡en una breve secuencia aparecen las Pfarry Sisters, sí mis mellizas del alma! Os paso  estas imagenes  para que comprobeis  que no he exagerado al loar la delicadeza y belleza de mis madres  alemanas.  



 
 
 
Próximo capítulo: El señor Colsada y nuevos amigos.
 
 

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