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Foto Jesús Alcántara |
Después de más de un año representando Ocho mujeres en el teatro Fígaro y la posterior gira de tres meses por las plazas más importantes de la península, la disolución de la compañía, eso que debía haber significado un descanso y un alivio para nosotras, fue en realidad una dolorosa separación que nos negábamos a aceptar. Durante meses las ocho permanecimos en continuo contacto. Pero, como es usual, nuestros encuentros y llamadas se fueron espaciando paulatinamente. Así fue, con la excepción de tres casos en los que la amistad arraigó de tal manera que nos ha mantenido unidas durante todos estos años. Elisenda Ribas, Pepa Sarsa y Eva Higueras tienen desde entonces su particular altar en la catedral de mis afectos.
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Playa La Carihuela. Torremolinos |
La cuestión es que, después de esa larga etapa laboral, Jesús y yo decidimos regalarnos un mes en nuestro apartamento de Torremolinos, un municipio de Málaga a tan solo 14 kilómetros de la ciudad, el entrañable reducto al cual corríamos a escondernos del “mundanal ruido”, a oxigenarnos cada vez que el trabajo nos lo permitía, llegando incluso a iniciar nuestro viaje, algunas veces, un domingo tras la función de la noche para regresar el martes solo con el tiempo suficiente para la representación de la tarde. ¡Y se trataba de atravesar casi 600 kilómetros de la geografía española! Señor, que jóvenes y algo inconscientes éramos en aquellos tiempos.
Vivir en Madrid solo tenía un problema para mí. Uno que a veces se hacía apabullante. A pesar de que esa ciudad a la que adoro lograba alimentarme sobradamente de belleza, de cultura, de actividades lúdicas, de relaciones amistosas, una parte de mi alma añoraba a gritos algo que me había rodeado durante mis largos años en Cuba y de lo que nunca me cansé de disfrutar. Ni siquiera en esos meses de supuesto invierno isleño, ese en que los cubanos le hacen caso omiso a las maravillas que les rodean: las playas. El mar fue siempre para mí como un imán y el sol como una droga de la que nunca me saciaba. Cuántas veces, en lugar de finalizar en nuestro apartamento esos fugaces viajes de los que hablo anteriormente, atendiendo a mi necesidad perentoria de comprobar que el mar aún estaba ahí, Jesús me dejaba sobre una cómoda hamaca mientras él, demasiado sensible a los rayos solares, se dedicaba a desempacar o a leer un libro en alguno de los muchos chiringuitos de la playa. Y allí permanecía yo, en apasionado romance con un sol que en reciprocidad a mi amor jamás mordió mi carne, jamás hirió una piel que desde niña se le había entregado incondicionalmente. Ahí me mantenía horas y horas, tan solo obedeciendo la inteligente ley del “vuelta y vuelta”, hasta ver como mi fulgurante amado, negándose a morir, se aferraba inútilmente al cielo mientras resbalaba hacia la despedida cotidiana.
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Carmen vistiéndome para la Feria |
Ya que durante nuestras muchas visitas a la ciudad nunca lo habíamos hecho, estando en el mes de agosto y coincidiendo con la famosa Feria de Málaga, ambos decidimos que era el momento de explorar nuevos mundos, de sumergirnos en el conocimiento de tradiciones populares. Aunque parezca mentira ni a Jesús ni a mí nos gustaron nunca las aglomeraciones. Ese jolgorio del bailoteo y el chateo, que para muchas personas eran solo cosas accesibles en “bodas y bautizos” y, sobre todo, en Ferias, llevaba años formando parte de nuestra obligatoria “vida social” y de “relaciones públicas”. Por lo cual aquello carecía del interés de la novedad.
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Jesús y yo |
Así que, totalmente desconocedores en la materia, recurrimos a la familia malagueña. Y con qué acierto. Meli, la hermana de Jesús, me prestó un vistoso vestido de gitana que su adorable madre Carmen se dedicó a ajustar a mi cuerpo y, Laló, su hermano, aportó una chaquetilla corta para Jesús, porque, eso sí, era indispensable a la vez que divertido participar en la fiesta disfrazados, sobre todo las mujeres, que se ufanaban de ir prácticamente escondidas entre flores y volantes, es decir con el típico vestido de faralaes. Y hacia el tumulto nos dirigimos aquel día, soportando los jocosos comentarios familiares de que yo parecía una sueca disfrazada.
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Espontáneas bailando sevillanas y la muchedumbre transitando por la calle Larios de Málaga |
Este acontecimiento, que está plenamente vigente, tiene dos facetas; la diurna transcurre por el casco histórico de la ciudad, abarrotando las calles, los bares y los "colmaos" con un público bullicioso y variopinto. Tanto turistas como nacionales, se lanzan al asalto de plazas y patios y entre “sevillanas” van y “finitos” vienen, típico vino blanco de Jerez, agotan sus fuerzas y la paciencia de los pocos no participantes desde las nueve de la mañana hasta bien pasado el medio día. La segunda faceta, mucho más selecta, transcurre en el recinto ferial situado en la carretera Málaga-Torremolinos, comenzando al anochecer y llegando hasta una hora indeterminada de la madrugada.
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Caballistas y coche tirado por mulas. |
Calles formadas por casetas a ambos lados hacen las veces de pasarela exhibitoria para caballistas vestidos con las clásicas chaquetillas cortas y cubiertas sus cabezas con sombreros cordobeses, para hermosas mujeres luciendo multicolores trajes de volantes, los cabellos adornados con enormes floripondios y montadas airosas en coches tirados por caballos o mulas minuciosamente enjaezados. Pero es en las casetas donde los visitantes se nutren, hasta las claras del día, de copitas de vino, tapas surtidas y de un ritmo que asombrosamente nunca he llegado a dominar: esas “sevillanas” que aquí bailan con gracia hasta las palmeras del Paseo Marítimo.
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Jesús, su madre Carmen y yo |
Su origen se remonta al año 1491 y se iniciaron como conmemoración de la expulsión de los moros y la toma de la ciudad por los Reyes Católicos. Se considera que, en la actualidad, atraen a unos dos millones de visitantes, muchos de ellos turistas, estimándose el impacto económico en unos 35 millones de euros. ¡Ahí es “na”!
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Foto del programa Un, dos, tres. De izquierda a derecha Valentín Tormos, Ibáñez Serrador y Bobby Deglané |
Pues bien, en pleno disfrute de playa y juerga flamenca, a mediados de agosto recibí una llamada ofreciéndome un trabajo que no estaba dispuesta a rechazar: el polifacético Narciso Ibáñez Serrador me ofrecía un papel en su próxima producción teatral. Aquel hombre, nacido en Uruguay de dos prestigiosos actores españoles, Narciso Ibáñez Menta y Pepita Serrador, llevaba años revolucionando la televisión del país con sus magníficos inventos, programas que copaban los más altos ratings de audiencia.
Historias para no dormir, en el año 67, Historias de la frivolidad, en el 68 y ese imperecedero Un, dos, tres, responda otra vez, el concurso más recordado de la T.V., estrenado en el 72 y que en el momento de su emisión paralizaba cualquier otra actividad española, son algunos de sus logros. Pero esa era solo una de sus facetas. Las otras consistían en la dirección de películas de gran éxito, un poco frecuente trabajo como actor y su amplia labor como guionista y escritor teatral, que ejercía bajo el seudónimo de Luis Peñafiel. Y fue para esto que solicitó mi colaboración.
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Ibáñez Serrador y yo |
Aprobado en castidad era una función escrita para su madre en el año 59 y que la gran actriz había estrenado en Argentina con notable éxito. Pero Chicho, como gustaba ser llamado, llevaba cargando con la frustración de su relativo fracaso posterior en la España franquista, culpando de ello a la censura que le había forzado a cambiar el título original por el de Aprobado en inocencia, así como a retocar algunas castas escenas que los maléficos ojos de los censores veían como pecaminosas. Aquello le había llevado a suspender a los pocos días las representaciones. Nada sorprendente cuando se llegaba a conocer su innegable soberbia.
La cuestión era que, a estas alturas de su vida, y a otro dramático motivo del que solo más tarde me enteré, decidió darle al original de la obra una nueva oportunidad con el sorpresivo aliciente de ser él uno de los protagonistas. Naturalmente aquello prometía ser un clamoroso éxito. ¿Quién no iba a querer ver a ese admirado personaje en su casi desconocida faceta de actor?
El reparto estaría completado por Susana Canales, estupenda actriz, ya retirada del teatro pero que conservaba el prestigio ganado durante las décadas de los 50 y los 60, su época dorada, Andrés Resino, Mari Begoña, Carlos Urrutia, Nieves Aparicio y el debut y creo que única aparición teatral de una jovencísima Sandra Barneda, la cual es en la actualidad, además de exitosa escritora, una de las más populares presentadoras de televisión.
Pero de estos actores y de las venturas y desventuras de Aprobado…hablaré en mi próximo capítulo.
Necrológicas.
Alfredo Alcón.
Considerado el actor teatral de repertorio más importante de su generación, falleció el 11 de abril, a los 84 años, en Argentina, su país natal. Habiendo desarrollado parte de su extensa carrera en España, sin duda el público lo recordará por su magnífica interpretación en obras de la categoría de Eduardo II, de Marlowe o A Electra le sienta bien el luto, de Eugene O¨Neill, solo por mencionar algunas de las más memorables. Los prestigiosos escenarios del teatro María Guerrero, El Español y El Bellas Artes echarán por siempre de menos su magnífica labor y su gallardía. .
Ramón Pons.
Este hombre que en los 70 y 80, esa bastante negativa época del destape español, fue considerado como uno de los galanes más guapos del cine, ha fallecido a los 74 años en Madrid. Su carrera se inició en el Teatro Español Universitario y era tanta su dedicación y amor por su profesión que solía asistir a cursos interpretativos en Francia y en Estados Unidos. Algo bastante inusual en los jóvenes actores españoles. Pero no es al Ramón Pons actor al que quiero dedicar mi eterno recuerdo sino a ese hombre entrañable que durante años cargó con una enfermedad que nunca logró vencer su amor por la vida, su arraigado sentido de la amistad y su dedicación al teatro. Creedme que el mundo ha perdido a un gran ser humano.
Necrológicas.
Alfredo Alcón.
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Alfredo Alcón |
Considerado el actor teatral de repertorio más importante de su generación, falleció el 11 de abril, a los 84 años, en Argentina, su país natal. Habiendo desarrollado parte de su extensa carrera en España, sin duda el público lo recordará por su magnífica interpretación en obras de la categoría de Eduardo II, de Marlowe o A Electra le sienta bien el luto, de Eugene O¨Neill, solo por mencionar algunas de las más memorables. Los prestigiosos escenarios del teatro María Guerrero, El Español y El Bellas Artes echarán por siempre de menos su magnífica labor y su gallardía. .
Ramón Pons.
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Ramón Pons |
Próximo capítulo.“Sorpresas nos da la vida…”